Sobre los psicofármacos

La prescripción y el consumo masivo de psicofármacos indica una cierta incapacidad para comprender y atender adecuadamente las necesidades psicoemocionales de las personas.
¿Para qué sirven los psicofármacos? Fundamentalmente, para regular (o equilibrar) psicoemocionalmente. Una de las necesidades básicas de toda persona consiste en mantener una serie de parámetros psicoemocionales (y corporales también, por tanto) dentro de unos determinados niveles. La regulación es la función que trata asegurar estos equilibrios.
Entre esos parámetros están los niveles de ansiedad y el estado de ánimo, la agresividad, las necesidades corporales (respiración, hambre, sed, temperatura, digestión y evacuación, contacto), la autoestima, la función reflexiva (responsable en buena parte de la propia regulación, pero cuyo buen funcionamiento depende a su vez de un cierto grado de equilibrio), entre otros.
Evolutivamente hablando, la función reguladora primero es ejercida desde el exterior, por los cuidadores principales del bebé, y posteriormente va siendo interiorizada por el niño según va creciendo. Aunque el proceso se parece más a un diálogo interpersonal (madre-bebé), que luego tendrá lugar en lo intrapersonal (mente-cuerpo). En esta analogía, la mente representa a la madre y el cuerpo al bebé.

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En mi opinión, los psicofármacos se vuelven problemáticos cuando se convierten en el principal y casi exclusivo regulador emocional, ya que responder siempre de la misma manera a los desequilibrios, independientemente de su naturaleza, supone una forma precaria de regulación. Sería el caso de las madres que todo lo arreglan con la comida. Esto es aplicable no solo a los psicofármacos sino a todos los recursos disponibles para la regulación emocional. Lo que sucede es que los psicofármacos pueden monopolizar la función reguladora con facilidad. Regular todo de la misma manera implica que muchas de las necesidades serán atendidas sin especificidad, sin sintonía, y también que se bloquee tanto el acceso al descubrimiento y puesta en práctica de otros recursos como la curiosidad por tratar de comprender los motivos del desequilibrio.
Tampoco debemos olvidar que es una forma de regulación que se basa en la incorporación pasiva de algo que, además, es proporcionado por alguien dotado de autoridad, el médico. En este sentido nos conecta con las formas más primarias de regulación oral.
La interiorización es una parte fundamental del proceso regulador. Como digo, esta primero se jerece desde fuera, para irse convirtiendo, al menos en parte, en auto-regulación. Lo que sucede es que el consumo de psicofármacos favorece muy poco la interiorización. Ni el consumo de la sustancia en sí es integrado constructivamente de ninguna manera en la estructura de personalidad de tal forma que produzca equilibrios permanentes. Ni tal como están planteadas las cosas se fomenta que el paciente vaya ganando autonomía en el uso de los psicofármacos. En este sentido, me gusta cómo actúan aquellos psiquiatras que tienen muy en cuenta lo que dicen los pacientes en lo referente a qué medicamentos les sientan bien y cuáles mal, y en qué dosis. Con ello el paciente es partícipe del proceso no solo en calidad de necesitado de regulación, sino también en calidad de regulador.
La búsqueda de la regulación emocional a través de la oralidad unida a la falta de interiorización trae como resultado la detención del crecimiento y, más concretamente, la adicción.
Otro inconveniente de los psicofármacos es que pueden producir toxicidad y, en este sentido, se convierten en fuente de desequilibrios más que de equilibrios.
En conclusión: los psicofármacos, en todo caso, pueden ser utilizados durante un tiempo limitado, como un recurso más entre otros, para lograr el equilibrio psicoemocional. Si se convierten en la principal referencia y se prolonga en exceso su uso, traerán más inconvenientes que beneficios.